Equipo parroquial de Tordesillas, autoridades, cofrades, devotos y curiosos:
En primer lugar, mi agradecimiento a la Junta Local de Semana Santa por el honor que me ha hecho al confiar en mí para este acto; en una localidad, como Tordesillas, cuya tradición cofrade se remonta al siglo XIV; y, a principios del XV, las procesiones de penitencia y sacrificio que consiguieron, para esta villa – en 1996 –, su declaración de "Fiesta de interés turístico regional".
Antes de hablar de los desfiles procesionales quiero dedicar unas palabras a otros actos litúrgicos que tienen lugar en estas fechas – aparte de las misas diarias – y que considero mi deber invitarles – también – a participar en ellos, ya que forman parte de la Semana Santa.
Entre los mismos destaca el Triduo Pascual (del Crucificado, del Sepultado y del Resucitado) que se desarrolla: en la Misa vespertina del jueves; en la celebración de la Pasión, en la tarde del viernes; y en la Vigilia Pascual de la noche del sábado.
El jueves, al finalizar la celebración eucarística de la última cena del Señor, el Santísimo Sacramento es trasladado y reservado en el que va a ser el Monumento Eucarístico hasta la celebración – el viernes – de la segunda parte del Triduo Pascual. Este Monumento es el que, siguiendo una antiquísima costumbre, puede visitarse para realizar lo que se denomina "Visita de las siete casas": especie de peregrinación y sacrificio, en recuerdo de cuando Jesús fue llevado de un lado a otro, en el momento de ser enjuiciado.
También, en la noche del jueves al viernes, tiene lugar una Hora Santa. Ejercicio, como lo definió el Papa Pío XI, de «obligado y amoroso recuerdo de las amargas penas que el Corazón de Jesús quiso soportar para la salvación de los hombres». Se trata de dedicar una hora a meditar los misterios cuando Cristo se sintió sólo y débil, como nosotros, y pidió al Padre que – si era posible - apartase ese cáliz. Una hora para acompañarle, como el Ángel del huerto, junto al sagrario. Una hora para volcar en su Sagrado Corazón todos nuestros afanes y sufrimientos, y recibir su gracia para sobrellevarlos. Una hora, en definitiva, para agradecer su sacrificio y aprender de Él.
Y la Vigilia Pascual del sábado es una noche de vela en espera de la Resurrección del Señor. En ella se bendice el Cirio Pascual, que significa Cristo resucitado desde quien brota para nosotros la luz de la fe; y se procede a la liturgia bautismal, con la renovación de las promesas bautismales y nuevos bautismos (si los hay).
Y, por último: el "Vía Crucis" del miércoles y el "Sermón de las Siete Palabras" del viernes.
Las procesiones nos sirven de resumen del gran misterio que se conmemora en estas fechas y, excepto las de los dos domingos, tituladas la primera "Entrada de Jesús en Jerusalén" y la segunda "Encuentro glorioso", las demás nos hablan de pena y dolor. Sin embargo, cuando hable de las imágenes, veremos que, aunque haya "sufrimiento" prevalece el "amor".
Ayer – antiguo "Viernes de Dolores" – ya recorrió algunas de las calles de esta villa la procesión "María Dolorida Camino de la Esperanza". Hermosa manera de inaugurar los desfiles procesionales resumiendo lo que van a ser los siguientes días: el intenso dolor de una Madre ante el sufrimiento de su Hijo, pero con la mirada puesta en la esperanza de su anunciada resurrección. Y, además, representando a María con la Patrona de las Cofradías.
La de mañana, "Domingo de Ramos", nos recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, acompañado por sus discípulos y recibido por una muchedumbre que extendía sus vestiduras y ramas de árboles por el camino – a modo de alfombra – aclamándole como el Mesías verdadero y el Bendito que llegaba en el nombre del Señor.
Durante la del "Santo Rosario del dolor", aunque se procesione el lunes – día al que corresponden los misterios "gozosos" del rosario – se rezan, de acuerdo con la tradición, los "dolorosos": por ser más acordes con los hechos que se conmemoran en estas fechas
El martes, la de "Penitencia y Caridad"; llamada así porque en todas las localidades – desde antiguo – se visitaban hospitales, enfermos, cárceles y penados. Termina con el canto de la Salve; esa hermosa oración de saludo y exaltación de la Virgen, de reconocimiento de nuestras debilidades y miserias, y de petición de su auxilio e intercesión.
El miércoles y el domingo los dos "Encuentros": el "Doloroso" y el "Glorioso". En el primero se evoca la "cuarta angustia" de la Virgen; que es también la cuarta estación del Vía Crucis: cuando se produce ese doloroso encuentro con Jesús cargado con la cruz. Y en el segundo, celebramos la inmensa alegría del encuentro de María con su Hijo resucitado.
Las del jueves, nos van preparando para los hechos que tuvieron lugar en la noche del jueves y durante el viernes de la primera decena de abril de hace casi dos mil años. Este día salen tres procesiones: la de "Padecimiento y Humildad", la "Cruz del Redentor" y "Jesús camino del Calvario". En la primera recordamos el padecimiento del Señor ante los sufrimientos que iba a soportar a partir de esa noche; y su humildad para recibirlos según la voluntad de su divino Padre. La segunda nos remite a la propuesta de San Pablo: «proclamamos a Cristo, y crucificado». Y la tercera nos adelanta al día siguiente, cuando se conmemora la Pasión de Cristo: desde el momento de la "Oración en el huerto" hasta su colocación en el "Santo sepulcro", pasando por las "Siete Palabras" que pronunció en la Cruz.
Y sólo me falta citar el sábado: día de oración junto a la tumba, esperando la resurrección. Es el día de la ausencia. Entre la muerte del viernes y la resurrección del domingo nos detenemos en el sepulcro. Es día de reflexión y silencio, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando su resurrección. Es el día en que la procesión se denomina "El sexto dolor". Cuando Jesús, ya muerto, es bajado de la cruz y depositado en el regazo de su Madre: María.
En cuanto a las imágenes, no nos limitemos a la simple contemplación de su aspecto artístico. Pensemos en lo que representan y, de esta manera, su visión nos conmoverá y nos incitará a la meditación y al arrepentimiento.
Que la "Virgen de la Caridad" nos haga reflexionar sobre esa virtud teologal en la que se encuentran la esencia y el núcleo del cristianismo; el centro de la predicación de Cristo y el mandamiento nuevo que nos dio. Es la virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, por amor a Dios. Al hablar de la caridad, hay que hablar de solidaridad con el sufrimiento ajeno y de amor. En resumen, de buscar el bien de los demás. Hermoso ideal para iniciar esta celebración.
Con la "Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén" no nos dejemos engañar por el exultante recibimiento que le hacen a Jesús. Los evangelios nos enseñan que la realidad es mucho más dura: aquellos que le aclamaban con himnos y alabanzas fueron los mismos que, pocos días después vociferaban "¡Crucifícale!". Pidamos fuerzas al Señor para que, en el último día, nos hayamos hecho merecedores a entrar en la nueva Jerusalén; la que, como se lee en el Apocalipsis, descenderá del cielo.
La liturgia del "Lunes Santo", ya desde antiguo, ha contenido expresiones como: "Señor... desarma a los que pelean contra mí; toma las armas y el escudo y levántate a socorrerme" que, en este caso, van dirigidas al "Cristo de las Batallas". Pero el Rosario, con cuyo rezo se le acompaña, es – como dijo Juan Pablo II al instituir los misterios "luminosos" – «una oración orientada por su naturaleza hacia la paz». Recordemos que esas expresiones de la liturgia se dirigen a un "Cristo de las Batallas" que, como la casi totalidad de los así denominados, no han participado en guerra alguna; sino que se pide su intercesión para que nos ayude en nuestras luchas cotidianas de cada día.
La "Oración en el huerto" nos traslada – mentalmente – al Cenáculo; y vemos a Jesús, rodeado de los apóstoles, cuando toma el pan y el vino para convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre divinos, a fin de quedar siempre entre nosotros. Pero también nos recuerda la traición de Judas y, sobre todo, la insensibilidad de los apóstoles, incapaces de acompañarle en la oración – en Getsemaní – en aquellos momentos que tan duros debieron ser para Él: cuando decidió hacerse obediente, por nosotros, hasta la muerte. Sin duda alguna, esa soledad de Jesús nos conmueve poderosamente, pero ¿cuánto nos dura ese sentimiento?: intentemos que no desaparezca con el alejamiento del paso.
Y hay tres imágenes que deseo unir, en este breve recordatorio: "La flagelación", el "Ecce Homo" y "Jesús Nazareno". La primera de ellas nos enfrenta a ese horroroso y bárbaro suplicio que sólo estaba sometido a las fuerzas y el aguante de los verdugos; es el "paso" que, de forma más brutal, nos invita a la reflexión; el cuerpo del Señor está hecho una llaga y cada desgarrón, cada huella de los azotes, representa un mudo reproche, un motivo de dolor por nuestros pecados. La segunda imagen, consecuencia de la anterior, nos muestra un Jesús ultrajado por sus torturadores y ridiculizado, como rey, con unos falsos cetro, manto regio y corona; y, a pesar de todo, con la mirada hacia el cielo como implorando por sus verdugos. La última nos muestra un Jesús exhausto y teniendo que ser ayudado por el Cirineo para que llegara hasta el Gólgota. Al menos, estos días, unámonos al dolor de Nuestro Señor y aliviemos a nuestro Hermano del peso de la cruz de nuestros pecados: del desafecto, de la incomprensión, del desamparo, de la persecución, de la indiferencia, del desprecio...
Otras dos imágenes, ejemplo de un inmenso amor, son: "Nuestra Señora de las Angustias" y "Nuestra Señora de la Soledad". La primera muestra a María en el momento de recoger amorosamente en su regazo el cuerpo sin vida de su hijo, recién bajado de la cruz; la que corresponde a la "sexta angustia". La segunda representa, en la procesión del miércoles, la denominada "cuarta angustia"; cuando sale al encuentro del que va cargado con la cruz para lograr que el Padre nos perdone; y el viernes procesiona representando la "séptima angustia": la soledad de María Santísima cuando colocaron el cuerpo de Jesús en el sepulcro. Cualquiera de estas manifestaciones nos transmite la maternal ternura de la Madre y nos anima a aceptar con cariño a todos los que conviven con nosotros.
Hay otras dos imágenes que también me transmiten un mensaje parecido: el "Cristo del Perdón" y la "1ª Palabra". El "Cristo del Perdón" nos muestra un Jesús con las huellas de golpes, flagelación, corona de espinas, despojado de sus ropas, de rodillas; parece estar en el calvario antes de su crucifixión, la mirada al cielo, como adelantando la "1ª Palabra", donde le vemos entre los dos ladrones. Cristo murió como ocho siglos antes ya había predicho el profeta Isaías: «ha entregado su vida a la muerte; ha sido confundido con los facinerosos; ha tomado sobre sí los pecados de todos; y ha intercedido por los pecadores». En ambas imágenes "escuchamos" la misma frase: «Padre: perdónalos porque no saben lo que hacen». Nos están enseñando la verdadera demostración del ser cristiano: la primera demanda de la caridad es socorrer a aquellos que están necesitados; y aquellos que estaban más necesitados de socorro espiritual eran sus enemigos. Y lo que nosotros debemos sacar en conclusión es que el verdadero cristianismo no consiste en cuánto se ama a los amigos, sino a los enemigos. Que lo que rezamos en el padrenuestro – "como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden" – no quede reducido a una frase hecha. Perdonar a los enemigos es grandeza de alma; perdonar es prueba de amor.
La otra frase de Jesús, en la cruz, que está presente en estos desfiles procesionales es "La 3ª Palabra": «Mujer, ahí tienes a tu hijo. [...] Hijo, ahí tienes a tu madre». En el evangelio de San Juan, al narrar esta frase, el término «madre» aparece cinco veces en el espacio de tres versículos. Esa misma expresión había aparecido en el pasaje de las bodas de Caná, cuando todavía «no había llegado la hora» de la glorificación de Jesús. En este relato, cuando ya ha llegado «la hora de la glorificación», el evangelista no pudo significar simplemente que el discípulo amado tenía que cuidar de la madre viuda de Jesús una vez muerto su hijo. El pasaje afirma el papel maternal de su Madre en la nueva familia de Jesús creada en la cruz. Nos deja a su Madre para que, en su compañía, acudamos siempre a Él con mayor confianza.
Y ahora voy a unir cuatro esculturas que, a mí, me transmiten un mismo sentimiento. Son "La Cruz desnuda", el "Cristo de la Misericordia", "Cristo yacente" y el "Santo Sepulcro". La cruz desnuda nos remite a la propuesta de San Pablo que ya he citado anteriormente: «proclamamos a Cristo, y crucificado». Un buen recordatorio a los cristianos del papel servicial, manso, entregado hasta la muerte... de nuestro Señor. Cruz imagen de la fe, no como poder de este mundo, sino como poder del reino venidero. Con ella confesamos nuestra decisión de seguir los pasos del Maestro.
El "Cristo de la misericordia" nos muestra un Jesús representado con los ojos cerrados, desnudo, con las huellas del tormento, el lanzazo en el costado... es decir, un Cristo ya muerto. El rostro está apagado, el cuerpo flojo... Su vista no nos angustia, pero nos sobrecoge y nos atrae. Su devoción está centrada en la misericordia de Dios y en que su Pasión es el precio ya pagado por nuestros pecados; y que, si confiamos en Jesús, nuestros pecados nos serán perdonados; Jesús no será nuestro juez sino nuestro Salvador misericordioso. Más que una mera devoción nos enseña un modo de vida cristiana.
Otra imagen que representa a Cristo ya muerto es la del "Cristo yacente". Aún no tiene cerrados los ojos; con la cabeza sobre una almohada y ligeramente inclinada, como descansando; y la boca entreabierta, al igual que los párpados. El rostro demacrado y el cuerpo agotado por el dolor y el sufrimiento. Sin exagerar el dramatismo en las heridas, que pudieran distraer al espectador. ¿Qué mejor imagen del que acaba de morir, por amor a nosotros, para librarnos de nuestros pecados?
Y, por último, el "Santo Sepulcro" nos ofrece una imagen muy parecida a la anterior que, con esta nueva denominación, nos hace llegar nuevos mensajes. Por una parte, al estar – también – con los ojos entreabiertos, nos hace partícipes del apresuramiento en enterrarle por estar a punto de empezar el "Sabbath"; el día sagrado para los judíos y en el que era obligatorio guardar descanso. Por otra parte, el sepulcro – aunque sus paredes sean transparentes – nos transmite una mayor separación del público con Cristo y refuerzan su soledad durante aquellas horas en que permaneció sepultado; aunque la dulzura que irradia nos llena de fe y esperanza en su resurrección.
Ya sólo me faltan las dos imágenes que cierran los desfiles procesionales: la "Virgen de la Alegría" y "Cristo resucitado". La imagen mariana se nos presenta con vistosas galas, simbolizando la alegría, la pureza, el júbilo y la paz; es una Virgen de Gloria, con un rostro dulce y agraciado; sus ojos miran al frente, con gran serenidad, hacia su Divino Hijo al que va a encontrar.
La de Cristo representa el fin glorioso de la Pasión. Aparece majestuoso y solemne, cubierto con un manto rojo que tiene el sentido triunfal sobre la muerte; y, con ello, la Redención. Con la mano izquierda sostiene la cruz y el estandarte triunfal de la Resurrección. La mano derecha en el gesto de bendecirnos, mientras fija su mirada en nosotros: los espectadores.
Y para terminar quiero dejarles con las palabras que decía un párroco segoviano, a mediados del siglo XIX:
«Si toda la vida de un cristiano debe estar consagrada a Dios y a su santo servicio, porque eso significa el nombre de "cristiano", debe estarlo mucho más durante la Semana Santa; días en que la Iglesia nos recuerda los misterios principales de nuestra religión; y en los que tuvieron lugar los sucesos más notables de la vida de nuestro Redentor Jesucristo: su entrada triunfante en Jerusalén; la institución del sacramento de la Eucaristía; su amarga y cruelísima Pasión y Muerte; y su gloriosa Resurrección.
Es el mejor momento para recibir las numerosas gracias y bendiciones que el Señor derrama sobre nosotros; pero debemos prepararnos a la contemplación de estos divinos misterios con un corazón puro, un alma devota, una conciencia tranquila y limpia de pecado. Pero no nos conformemos con la simple asistencia o participación en los actos. Reflexionemos, no solamente sobre los hechos que conmemoramos, sino también sobre el modo y sobre la causa. De esta manera hallaremos: en los hechos, la paciencia; en el modo, la humildad; y, en la causa, aquella caridad tan grande con que Dios nos amó – que llegó a entregarnos a su Hijo – y la de este Hijo que dio su vida por nosotros, a los que nos considera sus hermanos».
Les deseo que vivan estas fiestas con devoción, para poder disfrutar de una feliz Pascua de Resurrección.
Iglesia de San Pedro
Actúa Coral de Tordesillas
Miembros del cabildo eclesiástico, Alcalde, Corporación Municipal, autoridades, Sr. Presidente y demás cargos de la Junta de Semana Santa, mayordomos y presidentes de Cofradías, señoras y señores, amigos todos
Señora de Tordesillas
déjame llorar contigo
que cuando vuelves a nos
esos tus ojos transidos
por el llanto de tu pena,
quisiera que los cuchillos
floreciesen en tu pecho
para convertirse en lirios.
Señora de Tordesillas,
hoy quisiera que mi escrito
se posara ante tus pies
como el profundo suspiro
de este humilde pregonero,
como el dulce compromiso
de quien ama la Pasión
y la muerte de tu hijo
porque sin Ella no hay vida,
sin Ella solo el abismo...
con Ella misericordia
para todos los nacidos...
Esta plegaria hecha emoción, puede valer lo mismo para vuestra "Virgen de la Peña, ramo/de silvestres amapolas" como la llamé un día ya lejano en el que tuve el orgullo de pregonaros las fiestas de septiembre desde el balcón del Ayuntamiento... Septiembre, en los últimos tiempos un mes también de pasión para todos los que habitáis en esta tierra tan hermosa como sufrida... Pero igual valdría como oración para la Virgen de la Caridad que es la imagen con la que, cada Viernes de Dolores, arrancáis el programa de procesiones de esta otra Semana de Pasión que vivís con la intensidad cristiana y el intenso recogimiento que reclama el ver morir al hijo de Dios, al hijo de María, dolorida en su camino de la Esperanza. San Pedro, Plaza Mayor, Santa María hasta la iglesia... Fue ayer cuando acompañasteis a la Madre, más esperanzada que nunca en este año de la Misericordia.
Un itinerario que volverá a recorrer mañana Jesús, llamado el Cristo, en su entrada triunfal en Jerusalén. Porque mañana, amigos míos, es Domingo de Ramos, tal vez el único día feliz de esta Semana de Pasión. Y por eso hay que cantarlo con la alegría de ver a un pueblo recibir con palmas y ramos de olivo la presencia del Señor en las calles, de saberle hecho hombre dentro de su divinidad. La ya célebre "borriquilla" conforma un paso donde, además del Cristo sobre la montura, figura una mujer portando una palma con su hijo en brazos (¿Recordáis?... "Dejad que los niños se acerquen a mi", dijo el Señor) y dos jóvenes que tienden un manto en el suelo. Toda la imaginería, realizada en cartón madera y decorada con pinturas al óleo, siguiendo un proceso totalmente artesanal, es obra del taller Arte Cristiano de Olot.
Mañana todos podremos cantar con un especial regocijo:
Hoy es domingo, domingo
(el viento lo va cantando
en el sol de la mañana)
hoy es Domingo de Ramos...
La gente estrena el milagro
de un alma color de rosa,
la primavera un sol ancho
y una ilusión las muchachas
que se ponen hoy de largo.
Hoy es domingo, domingo,
hoy es Domingo de Ramos...
Allá va la borriquilla
por la plaza y, a su paso,
en el aire tintinea
la voz de los campanarios.
Toda la Plaza Mayor
florece luego en los ramos
y en las palmas de los niños,
palmas rubias, bosque andando,
río de espuma amarilla,
niños vestidos de blanco,
colegialas de uniforme
con el "hosanna" en los labios.
Al azul de la mañana
le va el viento pregonando:
hoy es domingo, domingo,
hoy es Domingo de Ramos...
¡Jerusalén aquel día
sería un pañuelo blanco!
Pero, la alegría de los Ramos se convierte pronto en el Santo Rosario del Dolor que el lunes ve pasar en procesión al Cristo de las Batallas. Y el Rosario que más duele, se reza en las calles de la Villa y las oraciones, como el incienso, suben hasta el cielo del amor frente a un Cristo que vela en las batallas cotidianas, de cada día... en las batallas que no dejan muertos aparentes pero si fantasmas de uno mismo... En años no muy remotos, la figura de este Cristo subía desde la desaparecida ermita der las Batallas hasta el pueblo para salir en las procesiones de Semana Santa. Pero los nuevos proyectos, que todo lo destruyen, acabaron con la ermita para ejecutar las obras de la autovía y sus enlaces pero, ahora, la imagen sale de su actual ubicación en esta iglesia de San Pedro y es trasladado hasta la de Santa María durante la procesión del Rosario del Dolor... Hace bastantes años escribí un poemario que pretendía ser el recorrido del hombre en torno a su propia evolución. Y en ese poemario estaban estos versos al Dios que vigila en las batallas:
El canto de sirenas me sedujo
y el orgullo me apartó de tu lado...
Perdí toda la fuerza de tu influjo
y fui corcel sin riendas, desbocado...
Perdido y alejado de tu embrujo
"perseguidle, Dios le ha abandonado"
clamó a los cuatro vientos mi enemigo
y solo, sin vigor y sin consuelo,
muy lejos de tu seno que es mi abrigo,
caí bajo la espada del recelo,
zozobré en la tormenta del castigo...
En la hora de mi vejez, anhelo
el refugio de tus dones,
el agua cristalina de tu alberca,
el tono de tu voz cuando estoy cerca
y el afán de que nunca me abandones...
El Martes el viento arrastra aromas silvestres desde la orilla del Duero hasta el centro de la Villa por donde discurre Penitencia y Caridad a través del Camino del Cementerio a la Puerta de la Villa para después discurrir por Valverde, la Plaza Roma y San Pedro hasta la Plaza Mayor (siempre la Plaza Mayor como eje de los sentimientos humanos de cada tordesillano y como eje de los sentimientos divinos también)... En la procesión, el Cristo del Perdón y la Virgen de las Angustias y ese rumor de las oraciones que nacen en el pueblo y desde el pueblo alcanzan lo más elevado del cielo. El Cristo del siglo XVIII, despojado de sus vestiduras y arrodillado sobre un peñasco se le atribuye a Felipe Espinabete que lo trabajó en madera policromada y a tamaño natural. Nuestra Señora de las Angustias es, en realidad, una Piedad con el hijo en su regazo que trabajó en 1580 Adrián Álvarez... La noche ya todo lo envuelve y las estrellas de la primavera encienden el fervor en los corazones cuando pasa frente a ellos ese Cristo arrodillado sobre tantos espíritus de roca como se acumulan a sus pies, ese Cristo con los brazos apenas despegados de su cuerpo y la mirada perdida allá en el infinito como pidiendo disculpas al Padre por los pecados de los demás.
¿Por qué te humillas y por qué reclamas
el perdón de un error no cometido
si tu error es pecado desprendido
del fuego del amor y de sus llamas?...
Y si el pecado de amor que proclamas
me convierte en deudor a ti debido
¿Por qué entonces, Señor, yo no he podido
amarte con la fuerza que tu amas?...
Postrado y de rodillas en la tierra
me acojo a tu piedad y tu perdón,
declaro que soy yo quien ha pecado...
Que soy yo el que ofende y el que yerra,
el que debe enfrentarse a tu Pasión
y el que quiere sentirse avergonzado...
Porque, si subo junto a ti al Calvario,
seré de tu perdón depositario...
Mientras la Virgen, la Madre, le sigue con la mirada que apenas llega a distinguirle con tantas lágrimas como se la empañan. Después, a Santa María, hasta esa iglesia donde se entonará la Salve que es el himno a todas las madres que sufren lo que sufren sus hijos. Tordesillas, la Villa, sufre también lo que sufren sus hijos cuando ve cómo les atacan sin razón, cómo les humillan en su propia tradición, como les ofenden por ser fieles a lo que aprendieron de sus abuelos y recibieron de sus padres...
El Miércoles es un día de doble intención. Primero, se recrea el Vía Crucis en San Pedro para dar paso al Encuentro Infantil que alumbrará al Cristo de la Salud y a la Virgen de la Esperanza... Me gusta esta mirada que la Junta de Cofradías desliza hacia la base, hacia esa cantera que dicen los deportistas, los jóvenes, los niños que, en estos tiempos de material huida, tienen tanta, tantísima importancia porque ellos serán los depositarios de cuanto hemos ido haciendo quienes ahora somos mayores. Y mayores en edad, porque no me atrevo a decir que somos mayores en dignidad y gobierno... Posteriormente, a las once de la noche, con las estrellas colgando sobre un cielo tupido en luto, se inicia el Encuentro Doloroso. Jesús Nazareno ayudado por el Cirineo es una obra de 1768 que firmó Espinabete, aparece con su túnica morada por la calle de San Pedro. Por San Antón se asoma Nuestra Señora de la Soledad, virgen de vestir que camina bajo palio. Y Ella se da de bruces con El en la Plaza Mayor una vez más. Cristo arrastrado por el peso de tantas culpas como quiso expiar. La Virgen doblegada por el dolor de ver a su Hijo ofendido, insultado, recorriendo la Vía Dolorosa con la Cruz sobre sus hombres y regando a su paso el camino con una sangre que nos acerca a la salvación... El impulso es inmediato. Llorar junto a Jesús y confesar nuestras culpas al Nazareno con el deseo de exculparle ante Pilatos:
Señor, yo he colocado ese madero
en tu hombro llagado y dolorido...
Yo he cargado en tu espalda de cordero
el peso de un dolor desconocido...
Yo me siento un indigno pregonero
para cantar las fuentes de tu pena
y la pena de tu alma hace granero
con la pena que en mi alma se almacena...
No soy digno de estar en este estrado
ni es mi voz una voz limpia y serena
para lanzar al viento tu legado
que es llamada al amor y de amor llena...
Señor, yo soy el mismo que ha sembrado
la sombra de la Cruz en tu camino...
El mismo que en tu cuerpo lacerado
descargó todo su peso asesino...
Soy el más ruin de todos los humanos,
el menos generoso, el más mezquino...
Mas si mi mano se guía de tus manos
y tu perdón prendiera mi sentido,
entonces mi voz os llegará, hermanos...
Y a Ella, a la Señora, qué la diríamos en un momento tan señalado y en un marco tan espléndido por su geometría y por su tradición. Qué decirla si, aunque siempre acompañada por Juan el Discípulo Amado y por Magdalena, se nos presenta con el hábito de la Soledad... Hace años, en estas tierras nuestras de Castilla vivía una Madre viuda con su hijo sacerdote. La madre le cuidaba, le alimentaba, le cosía y vivía cada día, cada hora, cada minuto por él y para él. Una inesperada enfermedad mortal se llevó al hijo y la madre, embutida en el luto que vestía por fuera pero que la consumía por dentro, se aisló en su casa frente a quienes la decían aquello tan manido de "la vida sigue", "no te puedes encerrar aquí"... "Mi vida no sigue", respondió la madre, "porque mi vida se acabó cuando él murió"... A esta Soledad de María la vida se le va escapando poco a poco por los poros de su cuerpo, la vida se la va acabando mientras Cristo, su hijo, va dejando su vida humana tras los azotes, en el camino del Calvario para llegar hasta lo alto de la Cruz... Qué la diríamos a esta Virgen, que conoce bien cómo la vida, Su vida sigue gracias al sacrificio de Cristo. En nuestros corazones, a la Madre la hablaríamos como lo haríamos con nuestra propia madre. Algo así:
Quiero llenar tu Soledad de amor
porque llenes de luz mis soledades...
porque cubras de fe mis impiedades,
purgo mi soledad en tu dolor...
Quiero aliviar tu pena en el calor
de mi sed infinita de bondades
porque tu inmensa sed de eternidades
alivie la ansiedad de mi rigor...
Quisiera ser, Señora, compañía
en esa Soledad de tu amargura...
Quisiera ser, Señora, día a día,
el sostén de tu triste desventura
porque nunca le falte a tu agonía
el beso de mi voz hecho ternura...
Jueves Santo. El Jueves Santo Jesús celebró la Pascua con sus apóstoles, siguiendo la tradición judía. Esa tradición indicaba que se debía cenar un cordero puro y del año. Con la sangre de éste se debía rociar la puerta en señal de purificación puesto que, si no se hacía así, el ángel exterminador entraría en la casa y mataría al primogénito de esa familia (décima plaga de Egipto), según lo relatado en el libro del Éxodo.
No sé si os habéis dado cuenta de que hoy, 19 de marzo, es la festividad de San José a quien siempre se ha dejado al margen de la Pasión de Cristo. Evidentemente, porque había muerto muchos años antes. Sin embargo, la Torá judía pedía que el cordero puro y del año debía repartirlo el padre de familia. San José, a quien este año metemos por las veleidades de la casualidad dentro de la Semana Santa, no pudo hacerlo y, por eso, lo hizo el propio Jesús. A mí, se me antoja que en esa última cena, Cristo está presente en la segunda persona del Creador pero, al mismo tiempo, el hecho de repartir el pan y el cordero le identifica también con la primera persona de la Trinidad, es decir, le identifica con Dios Padre ofreciendo el cuerpo de su hijo a toda la humanidad representada en los doce apóstoles.
Pero, sea como sea, en vuestro programa de Pasión, es la segunda persona quien recibe el protagonismo que merece. Es Cristo quien ora en el huerto de los olivos mientras los demás dormimos. Es Cristo quien recibe el brutal castigo de la flagelación, mientras los demás le estamos negando. Y esas son las imágenes que compondrán la procesión de las doce de la mañana, desde San Pedro hasta Santa María... La oración del huerto cuyos primeros datos aparecen en 1766, cuando lo restaura el tordesillano Tomás Carro. La flagelación, obra también de Espinabete a petición de la Vera Cruz que, en 1976, lo entrega a los fieles que se constituyen en cofradía capaz de reorganizarse en 1999. Hablo de la procesión que recibe el nombre de "Padecimiento y Humildad"... Una hora después, desfilará por San Juan, Libertad, San Antolín, Plaza Mayor y Santa María una Cruz Desnuda, la cruz como símbolo de nuestra fe cristiana, la cruz como alegoría de nuestra redención, la Cruz de la que diría Santa Teresa de Jesús que solamente se llega al amor a través de esa señal, de esa alegoría, de esa imagen, o de esa sentencia que a Cristo le castigó para que nosotros pudiéramos salvarnos. La Cruz del Redentor como camino hacia Dios...
Se hace penitencia el asfalto, escudo
el silencio y desolación el llanto
de tanta soledad. Mudo
se vuelve el viento y las aves
mudas se quedan también. Solo los nudos
de cada madero parecen gritar
sin voz su dolor profundo.
La Cruz desnuda de la mañana se viste de inmolación por la noche, cuando las sombras se adueñan de las esquinas y las luces de los hachones encienden las calles. Santa María, Pepe Zorita, Dimas Rodríguez, Corro Bazán, Hospital de Peregrinos, San Antón... La procesión de Jesús camino del Calvario entra en la Plaza Mayor, siempre la plaza, una vez más la plaza vestida de penitencia con los colores de cada hermandad y los reflejos de las velas pernoctan junto a las figuras que nos recuerdan el dolor. Cada piedra de Santa María se recoge en sí misma para mortificarse por haber sido testigo de tantos delirios, de tantos yerros, de tantas sospechas, de tantas historias que no se han escrito en los libros. En esta iglesia de San Pedro hasta las horas son santas para que adoradores y cofrades velen al Santísimo durante toda la noche.
Se despoja de su noche la mañana
y el día entra desnudo
en el Viernes de la Cruz...
El Pregón, que se lee a caballo, avisa a todos los fieles del acto que, en el medio día, recordará las Siete alabras que Jesús pronunció frente a la muerte. El paso que preside es el de la Primera Palabra. Lo firma Pedro Crespo Miguel de Tordesillas en 1960 y ha pasado de tener a la Virgen de la Caridad en su conjunto a ser el reflejo de un Cristo con los dos ladrones acompañados por la dulzaina de Tordesillas. Los jinetes a caballo...
Verdugos de frentes rojas,
timbaleros a caballo,
por rincones lo pregonan,
por esquinas lo proclaman...
En San Pedro se va desbrozando cada palabra que, por si sola, es un tratado místico de amor al prójimo y de amor a Dios. Cada palabra nos va explicando cuál será nuestro camino después de la crucifixión y cómo, ante los suplicios que nos reserva la vida, hay que volver siempre la mirada al Señor... Cuando yo completé hace ya muchos años, demasiados tal vez, la Guía Lírica que mi padre escribió sobre la Semana Santa de estas tierras, yo incluí unos versos producto, sin duda, de mi atrevimiento juvenil. Unos versos que sirven aquí y con los que yo me atreví a pedir cuentas desde la humildad a ese Dios Padre que exigía la muerte de Dios Hijo para redimirnos.
En la ciudad, en su templo hecho plaza,
las cruces son un bosque de espesura
donde Jesús, mientras espira, traza
el signo de su amor desde la altura.
Treinta y tres años... Juvenil dulzura
para morir de muerte tan violenta.
Treinta y tres años... Corta arquitectura
para sufrir tan dolorosa afrenta.
¿Por qué nos has de redimir muriendo
si para hacerlo habrá otra herramienta?...
¿Por qué usar de este modo tan horrendo
si al rescate le valdrá cualquier renta?...
¿Por qué Dios solo admite el dividendo
que supone el sacrificio de su Hijo
en la flor de la vida?... No lo entiendo.
No acierto a descifrar el acertijo.
No acierto a comprender este misterio...
¿Renacer a través del crucifijo?...
¿La muerte por huir del cautiverio?...
Señor, mi Dios, a tu razón se emplaza
la duda que me crea tal criterio.
Y tras el Sermón, el pueblo fiel parece agobiado, entendiendo su culpa y hay una brisa, un aura que recorre todas las conciencias...
Tordesillas, un cadalso,
se hace también oración...
Al redoble de tambores
se hacen las penas pregón.
Transcurre la tarde del Viernes Santo entre los Oficios en el Monasterio de Santa Clara y los de la iglesia de San Pedro. Momentos de oración y de recogimiento que preparan a los fieles para la Procesión de la Pasión de Cristo y su cronológico desfile de imágenes que nos recuerda cada paso, cada momento, cada dolor de Jesús. Como barcas iluminadas, las carrozas desfilan por el entramado urbano que va desde San Antón hasta Santa María. Los repiques de cornetas y tambores compiten con el resplandor de estrellas y luceros, con el suave son de la dulzaina o los acordes de la Banda de Música. Cada cofradía con su color. Cada penitente con su expiación, cada espectador con su admiración. La procesión va desfilando con profunda calma doliente entre el desgranar de avemarías y las miradas de asombro.
Los ángeles del silencio
baten sus alas azules
(roce leve) sobre el hondo
clamor de las multitudes
y otros ángeles apagan,
con un suspiro, el relumbre
que en los balcones abiertos
de todas las casas luce.
Las noches del mes de marzo, en Castilla a veces son tibias, a veces son gélidas pero, en los días de la Pasión, siempre se sienten estremecidas contemplando (como quiso San Vicente Ferrer) la representación de unos misterios que se reflejan en las figuras, gracias a la genialidad de tantos artistas como en esta tierra son y han sido. La procesión de la Pasión de Cristo inspiró en mi corazón estos versos:
Van pasando las imágenes
de la Pasión una a una,
cobrando expresión y vida
las sublimes esculturas.
En ellas revive el pueblo
la calle de la Amargura
y se siente redimido
una vez más de sus culpas
porque una flecha de luz
cruzando la noche oscura
e las almas, va a clavarse
en el cuerpo de la duda...
Túnicas y capirotes
blancos, negros, rojos, verdes,
azules, morados, grises,
cofrades y penitentes
con sus cirios encendidos
que fuegos fatuos parecen,
forman la legión sin rostro
que va dejando en las gentes
un reguero de preguntas
y a su andar, lento y solemne,
un ansia de penitencias
en el alma transparente.
Desde la Oración del Huerto hasta Nuestra Señora de la Soledad, Tordesillas supera así el eje central de la Semana Santa. Dios ha muerto colgado de una cruz que era el suplicio más bárbaro con el que, en aquellos tiempos revueltos, se castigaba a los delincuentes. Cristo, el hijo de Dios, el enviado como el más grande profeta de todos los tiempos, fue tratado como un vulgar malhechor mientras, en lo alto de su potro del tormento, colgaba a manera de burla un cartel trazado con la mano torpe de uno de los verdugos: INRI, Jesús Nazareno, Rey de los Judíos... Rey de los Judíos y del resto del mundo descubierto entonces y por descubrir después... Jesús Nazareno yacente y enterrado en una cripta que cedió Arimatea a lo largo del Sábado Santo... Cuatro bandas de cornetas y tambores, tres de tambores, la Dulzaina y la Banda de Música ponen el contrapunto litúrgico en cada uno de sus redobles, en cada una de sus notas que son notas y redobles que complementan las escenas de cada paso.
En todos los corazones
arde una llama divina,
el hervor (fervor) caliente
que era nube se disipa
cuando a lo lejos resuena
un redoble todavía
de tambores y, en el cielo,
enciende la cofradía
de las estrellas sus cirios
para montar su vigilia,
mientras la Salve en el viento
(clamorosa lejanía)
se hace flor, bengala azul,
paloma, estrella, caricia...
Hubo un tiempo en el que el prelado de la archidiócesis (cumpliendo sin duda indicaciones del Vaticano) prohibió procesiones en el sábado porque, con Cristo muerto y en el sepulcro, lo que las almas piden es meditar... Pero en Tordesillas se conmemora el Sexto Dolor, esa dolorida presencia que nos empuja hacia la inmensa piedra de molino que cierra la sepultura donde yace el Salvador. Y allí, de rodillas, esperamos a que Cristo resucite porque, sin la resurrección, la muerte de cruz no hubiera tenido ningún efecto. Vuestra Junta de Cofradías hace desfilar en el Sábado a un Cristo colgando de su cruz, el Santo Cristo de las Batallas, también el Cristo Orante del Huerto, o el flagelado mientras está atado a la columna, el Cristo del Perdón. Ello me da pie para recordar el poema que a modo de oración, o mejor aún de confesión, escribí hace apenas un año, en Ávila, ante el Cristo de los Ajusticiados, un Cristo que carga en la cruz con nuestras culpas en cualquiera de sus acepciones. Por eso viene a cuento aquí porque puede ser cualquier Cristo que sufre, que padece o que muere ajusticiado.
Qué dolor se refleja en tu mirada
y tu mirada qué paz me revela...
Por encima del daño, sobrevuela
un sentimiento de amor en cascada...
La pena por tu espalda maltratada
me hiere el corazón, como una espuela,
y va dejando en mi alma esa estela
de angustia y aflicción abierta a espada.
Porque fui yo, Señor, quien ha pecado...
Fui yo quien debió colgar del madero...
Fui yo quien debió sufrir tu calvario...
Soy yo quien debe ser ajusticiado
y pagar con castigo tan severo
el delito del que eres solidario.
Después de descender a los infiernos, resucitar es lo que eleva al Señor por encima de todos los mortales y lo que avala el precio de la Redención... Y de esta forma, la Vigilia Pascual, en la iglesia de San Pedro, nos va acercando al Domingo y, en él, nos lleva hasta la alegría de comprobar que, en efecto, el Señor ha resucitado tras llevarnos hasta la Salvación.
La Virgen no entiende bien
su alegría,
aunque la Virgen sospecha
en medio de tanta herida
que hay razón
para alegrarse este día
tras de tanto sufrimiento,
después de tanta agonía...
Aunque la Madre supone
y suspira,
en su corazón desea,
encendida,
que haya un motivo divino,
que haya una causa prevista
para excusar el contento
y la dicha
que brota en los soportales,
que crece de orilla a orilla
entre todos los rincones
de Tordesillas...
¿Acaso será quizás?...
¿Cabe tanta maravilla?...
¿Puede que sea verdad?...
y María
siente que el corazón late
y palpita
en su pecho,
tremolina
a extraña velocidad...
Ya ha pasado el mediodía
y en esas está la Madre
todavía
cuando, al doblar el recodo
que desde Santa María
nos conduce hasta la Plaza
más hermosa y más bonita
de lo que jamás estuvo,la semilla
de su duda se despeja
y es que, ocasión bendita,
se da de frente con Cristo
y la vista
se solaza en el momento...
Y, en el alma estremecida,
crece el grano del contento
como crece la semilla
en las tierras y en los campos
y en la espiga...
Como crece en cada labio
la sonrisa...
La Virgen tiene otro rostro,
su mirada está encendida
por una luz más serena
y es que en su mirada brilla
el faro de la esperanza
y la vida...
¡Jesús ha resucitado!
y, con él, la profecía
se ha cumplido...
Y así vuelve la armonía
de una vida tras la muerte,
de un aliento en la agonía,
de un Reino que nos espera,
de una dulzura en la brisa,
de una calma en la tormenta,
de armonía...
La Virgen ha comprendido
la razón de su alegría,
del repique de campanas,
melodía
que repite en cada vuelo,
sorprendida,
la palabra del Profeta
que en los libros quedó escrita.
La Madre ya entiende bien
su alegría...
Tordesillas la comparte
en su dulce lozanía
y el pueblo, de nota a nota,
en un día sin aristas,
la convierte en oración...
Maravilla
que sólo puede sentirse
bajo el cielo de Castilla...
La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año, aunque para muchos católicos se ha convertido sólo en una ocasión de descanso y ocio. Se olvidan de lo esencial: esta semana lo es para la oración y la reflexión en los misterios de la Pasión y Muerte de Cristo para aprovechar todas las gracias que ello nos trae. Vivir la Semana Santa es, como se entiende en Tordesillas, acompañar a Jesús con nuestra oración y el arrepentimiento de nuestros yerros. Asistir al Sacramento de la Penitencia en estos días para morir al pecado y resucitar con Cristo el día de Pascua.
Amigos de Tordesillas, lo importante de este tiempo no es el hecho de recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino entender por qué murió y resucitó. Es celebrar y revivir su entrega a la muerte por amor a nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra. La Semana Santa fue la última semana de Cristo en la tierra. Su Resurrección nos recuerda que los hombres fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios. Que vosotros, a quienes se ponen tantos muros para mantener tradiciones, no tratéis esta Semana como una tradición más, no la tratéis como una costumbre sino como una conmemoración: la del esfuerzo de un Dios, hombre para redimirnos.
Tordesillas, un milagro
de color sobre la vega,
vigía de los páramos,
eco de bronces antiguos,
amazona en el ribazo
que cabalga sobre el río,
campana en su campanario
y en el firmamento estrella,
escarpe fortificado,
cirio, manantial y lágrima...
Tordesillas, desagravio
de amor en reina loca,
joyel de oro conservado
contra el muro de los siglos,
soportales sonámbulos,
convento de las Clarisas,
antigua mezquita, patio
mudéjar, alcázar moro,
capilla dorada y claustro,
tumba de los Alderete,
viejas casonas, palacios,
féretro de los Saldaña,
San Antolín incensario,
Santa María Mayor...
Tordesillas, relicario
de nostalgias y recuerdos...
Poderme asomar desde aquí, desde este altar en la iglesia de San Pedro, para llevaros mi palabra hasta vuestros corazones es una atención que nunca podré agradecer bastante a vuestra Junta de Cofradías. Poder pregonaros lo que vosotros conocéis mejor, mucho mejor que yo, tal vez haya sido una osadía pero os digo, en verdad, que ha sido una osadía hermosa que me ha enseñado a comprenderos mejor... Mi deseo es que viváis mañana con alegría la fiesta de los olivos y de las palmas para que, pasando por los quebrantos de cada uno de los suplicios que sufrió Cristo, podamos recuperar la alegría del Resucitado. Y fiando en la propia resurrección que Jesús nos prometió, podamos encontrarnos el día de mañana en la Casa del Señor.
Hablo así porque, en este último mes, se fueron al encuentro de Dios tres amigos entrañables. El primero de ellos, Alfredo López Velasco, presidente que fue durante más de quince años de la Junta de Cofradías en Medina del Campo... Oscar Gutiérrez Barrueco, compañero de pupitre en esos juveniles años en los que el conocimiento se va abriendo paso en nuestros cerebros. José Ramón Chamorro Moliner, amigo de aventuras deportivas que me descubrió cómo el deporte es una fuente de cultura.... Este pregón esta escrito en recuerdo de todos ellos que, muertos en la tierra, han resucitado ya en el cielo... El contrapunto feliz es el de haberme adentrado para conocer a fondo vuestra Semana de Pasión que, con el título de Interés Regional, debe luchar en su futuro inmediato por conseguir el título de Interés Nacional que, por méritos os corresponde. Estuve el martes pasado escuchando el pregón que David Muriel pronunció en Medina del Campo. Pidió para la Semana Santa de España el reconocimiento universal como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Yo me sumo a esa petición... Este país nuestro, que tantas cosas ha dado al mundo, puede ofrecerle el ejemplo de la Semana Santa como acto religioso y cultural, como una muestra del infinito patrimonio que, en los cuatro puntos cardinales de nuestra geografía española, se saca a la calle como una muestra de amor a Dios.
Pero, también, como una muestra de amor a la cultura, a la erudición, al progreso y al conocimiento. De todo ello, vosotros sois ejemplo. Y es ejemplo esta vuestra Semana Santa que es imagen de fe y de ilustración.
Y permitidme que concluya mi parlamento con un verso de mi padre, el verdadero maestro que impulsó mi vocación poética. Con estos versos me gusta rematar mis intervenciones de corte religioso. Porque sirva de oración hacia el Altísimo para que nos libre Cristo de la lluvia, del frío y del mal tiempo que nos amenaza, en definitiva, que son las armas que esgrimen los demonios que hoy van ganando batallas en esta Sociedad actual para alejarnos de nuestra fe y de nuestras creencias.
Y porque El, mi padre, escribió este soneto al que llamó "Milagro" porque, en verdad, milagro para todos los creyentes fue la muerte en la Cruz del Hijo unigénito de Dios Padre:
Milagro fue que de la estéril roca
manase un chorro limpio al sólo roce
de mi labio sediento de su goce,
agua divina que colmó mi boca.
Milagro que, al beber agua en el suelo,
manase el hilo puro de mi llanto,
fuente escondida que cegó de tanto
sufrir ingratitud el alma en celo.
Milagro fue, Señor, que al contemplarte
clavado en esa Cruz y escarnecido
se hicieran luz mis sombras, fe el latido,
serenidad mis pulsos y, en amarte,
fuere dolor por mí bien recibido
si era una espina menos a arañarte.
Que así sea. Vivid con intensidad religiosa la Semana Santa de este año espinoso 2016.
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